sábado, 20 de agosto de 2011

LAS VIRTUDES TEOLOGALES DESDE LA PRAXIS CRISTIANA


La ubicación de las virtudes teologales en la tradición cristiana se encuentra en la moral cristiana donde junto con las virtudes teologales constituyen la herramienta para alcanzar la vida en Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, 1803-1829).

Las virtudes teologales y cardinales visibilizan las actitudes de la persona. ¿Qué es la virtud? El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) la define como “una disposición habitual y firme a hacer el bien” (CIC, 1803). La virtudes cardinales son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad. Las virtudes teologales disponen a los/las cristianos/as  a vivir en relación con Dios (Cfr. CIC, 1804, 1812).

¿Cómo vivir las virtudes teologales en nuestra vida diaria? En el Evangelio se encuentra una parábola que orienta nuestra praxis cristiana. Se trata de la parábola del Buen Samaritano que se encuentra en el Evangelio de San Lucas (Lc 10, 29-37). Esta magnífica parábola se origina a partir de la pregunta ¿Quién es mi prójimo?
Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó
y cayó en manos de los salteadores que,
después de despojarle y darle una paliza,
se fueron, dejándole medio muerto.
Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y,
al verlo, dio un rodeo. De igual modo,
un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo.
Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él,
y al verle tuvo compasión.
Vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino;
y le montó luego sobre su propia cabalgadura,
le llevó a una posada y cuidó de él.
Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo:
‘Cuida de él y, si gastas algo más,
Te lo pagaré cuando vuelva’


PUNTO DE PARTIDA: LOS ROSTROS DE LA REALIDAD

La parábola nos presenta primero el rostro concreto de esa persona en su situación real:
Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó
y cayó en manos de los salteadores que,
después de despojarle y darle una paliza,
se fueron, dejándole medio muerto.

Esta parte de la parábola nos recuerda los rostros concretos que enlistó el Episcopado Latinoamericano en el Documento de Puebla. Rostros que reflejaban la situación de los latinoamericanos de los 70’s (Cfr. Puebla, 32-39):

·         Rostros de niños golpeados por la pobreza.
·         Rostros de jóvenes, desorientados por no encontrar su lugar en la sociedad.
·         Rostros de indígenas y afroamericanos marginados.
·         Rostros de campesinos relegados y privados de tierra.
·         Rostros de obreros mal retribuidos y explotados en sus derechos.
·         Rostros de subempleados y desempleados despedidos.
·         Rostros de marginados y hacinados urbanos.
·         Rostros de ancianos marginados.

Hoy, en todas nuestras ciudades que están siendo dominadas por la inseguridad, la delincuencia organizada, la corrupción gubernamental, el desempleo, la pobreza, la discriminación, etc., se ven estos y nuevos rostros de personas que se encuentran medio muertas, socavadas en su dignidad humana y en sus derechos.


LA FE

Ante todos esos rostros des-figurados, sin rostro humano, la sola virtud humana no nos mueve a acercarnos a ellos. Volviendo a la parábola, tanto el sacerdote como el levita pasaron y dieron un rodeo. No sucedió así con el Samaritano quien al verle tuvo compasión. La FE que no es otra cosa que la confianza en Dios, es capaz de mover a la persona hacia el rostro des-figurado del otro. Porque Jesús lo dijo cuanto hagan con estos pequeños a Mí me lo hacen (Mt 25, 40). La FE nos hace ver a Jesús el Señor en los rostros de los pequeños del Reino.


LA ESPERANZA

El Buen Samaritano vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino. Desde el horizonte del Reino de Dios, todo ser humano es digno de la vida. En todos los milagros de Jesús, las personas no sólo eran curadas sino dignificadas a la vida de comunidad muy a pesar de la exclusión estructural que mantenían los grupos religiosos del tiempo de Jesús. El Buen Samaritano con sus acciones curativas de primeros auxilios da testimonio de lo primordial de una ética cristiana: la Vida. Sólo la ESPERANZA en una Vida Nueva mueve a la persona a dar los primeros auxilios al necesitado/a. Porque Jesús, el Hijo de Dios, vino a dar vida en abundancia, a salvar lo que estaba perdido, a ser médico para el enfermo y a encontrar a la oveja perdida.


LA CARIDAD

En esta práctica de amar al prójimo, la FE y la ESPERANZA solas resultan ineficaces ¡estériles! como la higuera. No basta con ver el rostro desfigurado de la persona  y sentir compasión que cualquiera tiene esa experiencia. No es suficiente con dar los primeros auxilios a la víctima cualquiera vive esa experiencia. Es necesario vivir el tercer momento que narra la parábola para que ya no haya más víctimas: y le montó luego sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al posadero, diciendo: Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva’. El Buen Samaritano se hizo cargo de la víctima. Este compromiso crea en la persona una responsabilidad imperativa por el bienestar de la víctima hasta la recuperación de su dignidad humana (¡cuida de él!). La CARIDAD se vuelve en un imperativo ético ¡cuida de él!

Si la tradición cristiana pone esta parábola del Buen Samaritano en boca de Jesús es porque consideró la práctica de amar (hacerse cargo del) al prójimo como RASGO PRIMARIO del seguidor(a) de Jesús. Los Evangelios narran la práctica del Jesús que se hace cargo de las víctimas excluidas por los grupos de poder dominantes de su tiempo: los/las ciegos/as, hambrientos/as, leprosos/as, las prostitutas, los/las poseídos/as, los/las extranjeros/as, etc. Desde esta práctica de amar al prójimo, incluidos los enemigos, la CARIDAD da plenitud a la PRAXIS del cristiano/a sin más.

Desde esta PRAXIS CRISTIANA de la FE, ESPERANZA y CARIDAD, resultan antievangélicas las actitudes excluyentes de aquellos/as que no se ajustan al modelo sociocultural dominante. El Samaritano era considerado extranjero, enemigo, impuro e indigno de Dios. No obstante, este EXCLUIDO y SEÑALADO es puesto como NORMA ética de la praxis cristiana. Jesús mismo fue excluido y señalado por sus familiares y grupos religiosos dominantes. Pero fue precisamente desde lo EXCLUIDO y SEÑALADO que llegó la Salvación para todos/as, sin importar razas, credos, condición social, preferencia sexual u origen étnico.

Hoy, seguramente, más de algún/a cristiano/a se preguntará cómo vivir las virtudes teologales. Sigamos la práctica del Buen Samaritano que es la narración de la misma PRÁCTICA DE JESÚS.

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